Todo lo que quería era recostarme y descansar por 15 pequeños minutos.
Así que me traje a los tres mosqueteros a mi recamara, cerré puertas y les puse una colchoneta en el suelo para que vieran un ratito su película favorita. ¿Por qué no habría de funcionar?
Entonces me recosté y di un largo y profundo suspiro... creo que me lo merecía después de tres noches de constantes desvelos.
No pasaron dos minutos cuando ya tenía a los tres encima de mi. El más chiquito insistía en acurrucarse abajo de mi brazo, mientras que el de en medio quería que brincáramos en la cama, y a lo lejos, la mayor que ya se había metido al closet, me pedía que le bajara un vestido para disfrazarse de mamá.
A estas alturas mis nervios ya estaban de todos los colores habidos y por haber y no me quedaba un gramo de paciencia, ¡¡¡¿por qué no puedo descansar al menos 5 minutos continuos?!!!
Y entonces al observar sus caritas con esa sonrisa que derrite y escuchar esas vocecitas que día y noche pronuncian mi nombre, me di cuenta de esto: ellos me necesitan, no necesitan una televisión, o un iPad, o a una nana, o el juguete mas novedoso del mundo. Ellos me quieren a mi... ellos quieren a mamá.
Y entonces, sentí de pronto un fuerte latido en mi corazón, porque me di cuenta que jamás me había sentido tan indispensable y tan necesaria.
Nunca nadie había necesitado tanto de mi como ahora lo hacen mis hijos. Ya llegará el tiempo de dormir y descansar y levantarme a las 11 de la mañana. Por ahora me gozaré en que estoy viva y puedo estar ahí para mis hijos y me alegraré en disfrutar del mas precioso privilegio que Dios me ha dado, SER MAMÁ... todo lo demás, siempre podrá esperar.
Por Selina Viesca.